Con motivo de la celebración del 20° aniversario de Salud sin Daño en septiembre de 2016, su fundador, Gary Cohen, reflexiona sobre las últimas dos décadas en el movimiento por la salud ambiental y plantea una oportunidad para que el sector de la salud redefina su papel en el siglo XXI.
Cuando creamos Salud sin Daño, casi no conocíamos a nadie que trabajara en el sector de la salud. Éramos mayormente ajenos a este ámbito: activistas de la comunidad que habíamos estado trabajando por décadas en el movimiento ambientalista. Pero sabíamos que necesitábamos aliados poderosos para traducir esta ciencia emergente que vinculaba el ambiente con nuestra salud en acciones concretas que protegieran a nuestros hijos, a nuestras familias y a nuestras comunidades. Necesitábamos al sector de la salud.
Por ese entonces, nuevos hallazgos científicos revelaron que la exposición a bajas dosis de sustancias químicas tóxicas durante los primeros mil días de vida de un niño podía generar múltiples problemas de salud a lo largo de la vida, entre ellos, cáncer, trastornos de aprendizaje, esterilidad y otras enfermedades crónicas. Al mismo tiempo, empezamos a tomar conocimiento de que las mujeres embarazadas y los niños por nacer estaban siendo expuestos a estas mismas sustancias tóxicas. Estábamos indignados por esta invasión química de nuestro cuerpo. Por eso, en septiembre de 1996, un pequeño grupo de personas se reunió en Commonweal en Bolinas, California, y dio origen a Salud sin Daño.
Nuestra primera campaña se centró en la incineración de residuos de establecimientos de salud. En 1994, la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos (EPA) determinó que la incineración de residuos sanitarios era la principal fuente de contaminación por dioxinas en ese país. Si bien la atención de la salud es el sector de la economía cuya misión es curar, sus huellas estaban por todas partes en esta escena de contaminación. Creímos que los médicos, el personal de enfermería y otros actores del sector verían esta contradicción y trabajarían arduamente para detenerla.
A lo largo de los años, aprendimos lo profunda que era esa contradicción. A pesar de la misión de curar que tiene el sector de la salud, la naturaleza industrializada de sus operaciones exacerba las mismas enfermedades que intentamos prevenir. Los dispositivos médicos de plástico estaban dañando a los pacientes, y las prácticas de disposición de residuos estaban contaminando a aquellas comunidades a las que los centros de salud tenían el compromiso de atender.
Los edificios hacían que los pacientes enfermaran y los productos de limpieza contribuían a la incidencia de asma. En ese entonces —y ahora—, los combustibles fósiles utilizados para el funcionamiento de los establecimientos de salud contribuían y contribuyen a la contaminación del aire y, en última instancia, al cambio climático.
Hemos recorrido un largo camino en los últimos veinte años. En Estados Unidos, donde nació Salud sin Daño, más de 4500 plantas incineradoras de residuos fueron cerradas. Allí también, los termómetros y tensiómetros con mercurio han desaparecido de los hospitales, y ahora contamos un acuerdo global para eliminarlos por completo para el año 2020. Los administradores de los hospitales han comenzado a utilizar plásticos más seguros, productos de limpieza sustentables y materiales de edificación más saludables. Cientos de hospitales ahora compran alimentos locales sustentables para sus pacientes y sus empleados. Miles de hospitales en todo el mundo están trabajando para reducir su huella de carbono.
Lo que comenzó como un pequeño grupo de defensores de la salud ambiental se ha transformado en un movimiento global, y los líderes dentro de las instituciones se han convertido en promotores del cuidado sustentable de la salud. Al trabajar en estrecha colaboración con hombres y mujeres que trabajan como gestores ambientales, arquitectos, ingenieros, nutricionistas, enfermeros, médicos, expertos en compras, directores de finanzas y directores ejecutivos, Salud sin Daño ya no es ajena al sector de la salud, sino un socio para el cambio.
Durante los últimos veinte años, hemos extendido nuestra red para fortalecer y empoderar este movimiento global del que todos formamos parte. Hoy en día, Salud sin Daño tiene oficinas regionales en América Latina, Asia, Europa y Estados Unidos, y muchos más socios estratégicos en todo el mundo. Practice Greenhealth, que agrupa a nuestros miembros en Estados Unidos, cuenta con casi 1400 miembros —el 20% de los hospitales estadounidenses— y se ha convertido en el recurso de sustentabilidad líder para el sector de la salud. A nivel global, nuestra Red Global de Hospitales Verdes y Saludables tiene en la actualidad 500 miembros de 32 países, que representan los intereses de más de 12.500 hospitales y centros de salud de todos los continentes.
¿Cuál es el próximo capítulo de nuestro viaje?
Nuestra civilización se encuentra en un punto de inflexión. Si seguimos construyendo una economía basada en combustibles fósiles y sustancias químicas tóxicas, irremediablemente envenenaremos nuestro hogar colectivo y destruiremos la base misma de la vida en el planeta. Al mismo tiempo, si nuestros sistemas de salud continúan centrando la mayoría de sus recursos y conocimientos en tratar a las personas cuando ya son enfermos crónicos, seguiremos devorando más y más la economía, sin detener la creciente incidencia de cáncer, obesidad, diabetes y asma.
Tenemos que redefinir la misión del sector de la salud en el siglo XXI a fin de adoptar una visión que promueva la salud de las comunidades y del planeta en su totalidad. Necesitamos que el sector de la salud use todos sus recursos —sus conocimientos clínicos, el desarrollo de su fuerza laboral, su poder de compra, su peso político, su autoridad moral— para crear las condiciones que posibiliten el desarrollo de individuos y comunidades saludables.
Si construimos alianzas fuertes dentro de nuestras comunidades, podemos garantizar la satisfacción de las necesidades humanas básicas: alimentos saludables, viviendas más seguras y económicamente accesibles, aire limpio y agua potable, empleos con salarios justos y vecindarios seguros. Esto significa que tenemos que enseñarle a la gente a cocinar y a comer bien, y a hacer actividad física regularmente. Significa que los hospitales tienen que asociarse con las escuelas y las universidades para obtener alimentos saludables y sustentables para los residentes de la comunidad y sus hijos. Significa que debemos trabajar con otros actores de la comunidad para sacar el plomo y otras toxinas de los hogares para reducir la incidencia de daño cerebral en los niños y las visitas a la sala de emergencia por ataques de asma.
En esta nueva era en que el cambio climático está presente en nuestra vida cotidiana, los profesionales de la salud pueden ayudar al resto de la sociedad a entender los problemas de salud que surgen de nuestra continua inacción para eliminar los combustibles fósiles. Es más, los líderes del sector de la salud deberían respaldar fuertemente políticas tendientes a acelerar nuestra transición hacia una economía de energías renovables como estrategia fundamental de salud pública. El cambio climático no es sólo otra cuestión que el sector de la salud tiene que afrontar. El sector de la salud tiene que redefinir su misión en el contexto de esta crisis ecológica global.
Como punto de referencia de comunidades resilientes, el sector de la salud puede promover una economía justa y sustentable. La prestación de servicios de salud debe dejar de centrarse en los hospitales de agudos y pasar a integrarse a los lugares donde la gente vive y trabaja: sus hogares, sus escuelas, sus bibliotecas, sus lugares de trabajo. A fin de concretar esta nueva misión, tendremos que seguir modificando el modelo de financiamiento y, como sociedad, incentivar la prevención y los resultados positivos en lugar de los tratamientos costosos. En vez de actuar como si todas estas condiciones ambientales y sociales fueran ajenas a la prestación de servicios de salud, movilizaremos y acompañaremos al sector de la salud para que se ocupe de las condiciones que hacen que la gente se enferme en primer lugar.
Luego de veinte años, nos hemos dado cuenta de que no basta con que el sector de la salud "no haga daño". De cara al futuro, vemos que el sector de la salud tiene una misión más amplia para el siglo XXI, ya que guiará al resto de la sociedad en la tarea de sanar lo que ha sido dañado en nuestras comunidades, en el suministro de nuestros alimentos, en nuestro ambiente y en nuestra economía. Este movimiento que hemos construido colectivamente a lo largo de veinte años me da esperanza respecto del futuro y de que juntos redefiniremos la misión del sector del cuidado de la salud para el siglo XXI. Veinte años ya han pasado... y apenas estamos comenzando.
Gary Cohen, presidente y co-fundador Salud sin Daño